La filosofía de Carlos Mota para "ser alguien en la vida"

No se preocupen si no saben de quién hablo. Ignorar a este sujeto es lo mejor para que no haga daño. Aunque es difícil pasar por alto muchas de las pasmosas observaciones que descarga en los medios (primero en Grupo Milenio, luego en Grupo Imagen y TV Azteca, y ahora desde El Financiero-Bloomberg).

El incontinente personaje al que aludimos se llama Carlos Mota. Su historia no es muy distinta a la de cualquier vástago de la oligarquía en México: estropeado en el ITAM, lobotomizado en Estados Unidos; regresa a México para integrarse a la cofradía de los neoliberales, que lo adopta y lo encumbra; y una vez instalado en el Olimpo de la opinocracia, asume la figura de juez y de profeta, con la autoridad que le dan sus títulos de "periodista financiero" y "analista económico".

Como muestra del valioso servicio que presta a los mexicanos, vean las palabras del susodicho sobre las preguntas que hizo Alfonso Cuarón a Peña Nieto, con motivo del debate sobre la Reforma Energética (privatizadora) propuesta:

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“… la tentación de la gente del mundo de la cultura de opinar de políticas públicas es una de las enfermedades crónico degenerativas que se está afianzando en el país”.
"La tentación de la gente del mundo de la cultura de opinar de políticas públicas es una de las enfermedades crónico degenerativas que se está afianzando en el país".
 
"Siempre me he preguntado qué tienen que hacer novelistas, cineastas, pintores, escultores, actores y poetas criticando decisiones de gobierno como si fueran expertos en los temas. No comprendo por qué tener pericia para esculpir un mármol o para plasmar un óleo sobre un lienzo habilita también al sujeto a vociferar contra el sistema económico y político."

"Causan mucho daño quienes desde el mundo de la cultura opinan de políticas públicas. Deberían serenarse. Que opinen, claro, tienen derecho a hacerlo. Pero quienes gozan de una reputación y popularidad significativas, y opinan, saben bien que habrá un efecto potenciador de sus ideas, con las que confunden y manipulan."

Al margen de lo pertinentes o adecuadas que puedan ser las preguntas de Cuarón (tema para otro post), es claro que para Mota uno no debería opinar sin antes tener la opinión "correcta" (evidentemente, la "oficial"), y uno no debería expresar sus dudas o inquietudes si carece de las debidas credenciales que avalen sus dichos (como las del propio Mota). Mucho menos si es figura pública.

Aquí podríamos juzgarlo por intolerante y promotor de la censura, como ya han hecho muchos otros. Igual podríamos señalar las numerosas veces en que el personaje adopta discursos oficiales y corporativos. Sin embargo, me parece mucho más importante que comprendamos las razones por las que un economicista tiende a fraccionar el mundo entre iniciados y profanos. Para ello considero necesario rescatar uno de sus viejos clásicos: un artículo llamado ¿Quién quiere estudiar filosofía en la UNAM? (borrado ya de Milenio). Dice así:



¿Qué perspectivas profesionales tiene un joven que estudie en la Facultad de Filosofía y Letras o en la de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM? ¿Podría ser contratado en empresas como Unilever, Nokia, Sony o Cemex? ¿Querría? ¿Está preparado para agregar valor económico o para generar empleos?  

Durante la única conferencia que dicté en uno de los auditorios de la UNAM, años atrás, recuerdo que los estudiantes me escuchaban con cara de no entiendo nada, como si les estuviera hablando de otro planeta. Yo les hablaba de liderazgo empresarial, y les puse ejemplos de Bimbo o Sabritas. Yo he dado clases por años, y no tengo problema para comunicarme en un lenguaje claro con quien no domina la materia de negocios. El problema estaba del otro lado.  

Los numerosos ejemplos de estudiantes de esas facultades, empezando por El Mosh y aderezado esta semana por Lucía Andrea Morett Álvarez —la estudiante mexicana herida en el campamento de las FARC en Ecuador—, deberían merecernos reflexiones serias sobre los programas académicos, las habilidades conceptuales y —en todo caso—, el adoctrinamiento de que son sujetos algunos jóvenes en esas aulas.  

Ojo. El problema no está en la disciplina, pues hay exitosos egresados de licenciaturas afines que se emplean en agencias de investigación de mercados o que se insertan en procesos creativos en corporaciones que gustan de nutrirse de talento diverso, multiplicando las posibilidades que les brindan los egresados de las facultades de negocios o economía.  

No. El problema está en la intención profesional con la que egresan varios jóvenes de esas facultades. Quieren romper el mundo, no construirlo. Uno, que está en el mundo de los negocios, se puede topar con un dentista transformado en publirrelacionista teniendo éxito, prosperando, aunque no fue en lo que originalmente estudió. Pero no es común hallar un filósofo de la UNAM inserto en el mundo de los negocios. ¿Por qué será?  

En Estados Unidos es numeroso el grupo de filósofos o egresados de escuelas de arte que luego estudian un MBA. ¿Su propósito? Hacer negocios. Prosperar. Aquí, sin embargo, los exportamos a los campamentos guerrilleros latinoamericanos. ¿Por qué es ese su destino?



En su momento (6 de marzo de 2008), la columna despertó la ira de buena parte de los estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y de la universidad en su conjunto, pues se insinuaba que las humanidades debían formar individuos funcionales para la sociedad capitalista, en lugar de animarlos a estudiarla y comprenderla (y ni hablar de intentar cambiarla o de construir espacios alternativos a ella).

Uno de los pasajes más reveladores del relato, es que los estudiantes recibieron a Mota con extrañeza, "como si fuera de otro planeta". No podía ser de otro modo si consideramos que la UNAM fomenta el pensamiento autónomo y crítico. Pero al contarnos la experiencia, Mota responsabiliza a los estudiantes por no aceptar con entusiasmo su filosofía de éxito en la vida. ¡Ni que fueran de la ITAM!

Y es que a decir de Carlos Mota, los jóvenes universitarios deberían asumir el objetivo de emplearse en una transnacional, incrementar su plusvalía (generar valor le dice), y hacer crecer a estos monstruos para ofrecer empleos a la gente. 

En ningún momento nos dice (no es parte del discurso), que de este modo se favorece la concentración de capitales, la explotación de los trabajadores, el agotamiento de los recursos y la depredación del medio ambiente. No nos dice que el sistema productivo contemporáneo favorece la acumulación capitalista, que se traduce en monopolios y oligarquías.

Para Mota el problema es la intención profesional de los estudiantes de humanidades, pues "quieren romper el mundo, no construirlo"... ¡Pues claro! ¿Quién puede culparlos de no querer vivir como esclavos en un mundo como el que ahora tenemos? 

Seamos sinceros. La perspectiva de vivir trabajando en condiciones precarias por un sueldo miserable, para pagar las deudas de otros, no es nada atractiva. Así viven millones en Estados Unidos (ellos en su ignorancia le llaman "América"). Y así quiere que vivamos en México Carlos Mota: como esclavos ignorantes, pero "productivos y competitivos" frente a otros esclavos, para que nuestra oligarquía prevalezca ante las de otras naciones. 

Para intelectuales "orgánicos como el propio Carlos Mota, de más está decir que esa deuda es ilegítima. Que algo tenemos que hacer con el mundo para producir nuestros satisfactores sin poner en peligro la vida. Que algo tenemos que hacer al respecto para distribuirlos más eficazmente, sin derrochar energía. Que deberíamos repartir mejor el ingreso, simplemente por humanidad. Que deberíamos crear las condiciones para que todos seamos conscientes del mundo en que vivimos, y para que todos pudiéramos desarrollar capacidades diversas.

La empresa capitalista siempre ha sido autoritaria. Su fundamento es la apropiación exclusiva de un recurso básico, "estratégico" para los pueblos. Sin embargo en el evangelio del libre mercado, el evangelio que Carlos Mota profesa como tantos otros, esto es una verdad herética. ¡Un Anatema!

Una de las últimas pifias de Carlos Mota (insisto: es mejor ignorarlo para que no haga daño) la publicó el Financiero, el 12 de mayo de 2014. Dice así:

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Nadie se atreve a decirlo: el problema de México está en la familia, en la patética cultura familiar que inhibe en el mexicano la autosuficiencia, la independencia y la seguridad individual. Cierto: el consenso dicta que tal aseveración es políticamente incorrecta. La familia, se cree equivocadamente, es una institución que debemos defender a ultranza y que sobre todas cosas debemos preservar. Error.

El problema de México es que no nos permitimos un debate mínimo al respecto. La familia es intocable, como lo es la UNAM o la Virgen de Guadalupe. Pero en esa estructura familiar residen nuestros problemas de atraso y la falta de avance por méritos dentro de la escalera de creación de riqueza. La familia en la que naces es la casta en la que predeterminadamente te toca quedarte. Y si te quieres mover, te llevará años lograrlo… y costará mucha inteligencia emocional.

El tema viene al cuento por el estudio que presentó el Instituto Mexicano para la Competitividad (Imco) en conjunto con Microsoft, sobre “Los Emprendedores de TIC en México”, en el que claramente se da cuenta del rezago emprendedor en el que vivimos.

El reporte revela, por ejemplo, que “México tiene la mitad de investigadores que Chile”; que en nuestro país sólo se han creado 50 empresas con fondos de capital privado desde el año 2012, a diferencia de la India, donde se han creado 379, o de Estados Unidos, donde se han creado 2 mil 542.

El viernes el investigador Rodrigo Gallegos, del Imco, me dijo en la tele que el primer problema (de 9 que identificó ese think tank), era la falta de una cultura emprendedora. Reconozco que no le dejé avanzar mucho en su enumeración de los otros ocho problemas. Pero lo hice porque me parecía que con eso era suficiente: no tenemos una cultura emprendedora.

Pero dicho problema tiene otro lado en su ecuación. El tema es que no se habla de la cultura que sí tenemos: la cultura familiar. Esa cultura familiar, que chupa y mina la individualidad, actúa como sustituto perfecto de la cultura emprendedora. Los problemas número dos, tres y demás que identificó el Imco podrían no ser tan graves para emprender compañías nuevas en materia de tecnología si el primero estuviese resuelto. Pero no lo está.

La familia es una plaga y todo mundo la defiende. Véase esto: mientras un chico estadounidense está con sus roomates durante su vida universitaria, creando nuevas empresas de Internet los fines de semana; su equivalente mexicano no puede ausentarse del convivio familiar sabatino y es fuertemente presionado a acudir a la comida de la tía o abuela que cumple años. Uno trabaja y crea durante su fin de semana. El otro convive en familia. Hay que abolir el Día de la Familia. Urge.






Ya mencionamos aquí algunos de los grandes problemas de México y del mundo. En el momento en que les hablo, a los mexicanos nos preocupan particularmente los crímenes violentos en México, debido a la gran oferta de armas que nos proporcionan Estados Unidos, China, Rusia, etc, para asegurar la continuidad de un negocio ilícito basado en la farmacodependencia, que beneficia a las oligarquías de México y del mundo.

Pero idiotas como Carlos Mota consideran que la familia es un problema fundamental. Los valores solidarios que tenemos los mexicanos, como buena parte de los humanos - y no sólo con nuestras familias -, son para Mota un problema fundamental, porque inhiben la cultura emprendedora.

En su manera de ver el mundo, Carlos Mota considera que los humanos debemos dar prioridad a nuestro bienestar individual, antes que al bienestar colectivo. Le importa poco que los humanos nos concibamos con relación a otros, o que nos debamos a otros, por los cuidados y las atenciones que tuvieron con nosotros cuando fuimos vulnerables, cuando necesitamos sustento y guía.


¿Se imaginan qué sería del mundo si todos fuéramos egoístas? Sin duda alguna, la anarquía. Pero no la anarquía solidaria de los utópicos. No. Sería una anarquía propiamente de psicópatas. El anarcocapitalismo es precisamente la utopía del egoísmo: la dominación de una oligarquía. La opresión de los altruistas. El sometimiento de una forma de ser creativa, solidaria, humana.